Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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1622
Legislatura: 1896-1898 (Cortes de 1896 a 1898)
Sesión: 25 de mayo de 1896
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 11, 166-168
Tema: Acta de Manzanillo (Apreciaciones relativas a las elecciones de Cuba)

 El Sr. SAGASTA (D. Práxedes Mateo): Pido la palabra.

El Sr. PRESIDENTE: La tiene S. S.

El Sr. SAGASTA (D. Práxedes Mateo): Claro está Sres. Diputados electos, que no voy a ocuparme en el acta de Manzanillo. No quiero someterme a su sombra, ni que vosotros os sometáis tampoco.

La minoría liberal no pensaba poner dificultad ninguna a la inmediata constitución del Congreso; antes al contrario, deseaba que se verificase cuanto antes, y desea que cuanto antes se verifique y para conseguirlo, estaba dispuesta a hacer con mucho gusto todo cuanto de su parte estuviera.

Tampoco la minoría liberal pensaba ofrecer el menor obstáculo a la pronta aprobación de todos los proyectos de ley que afecten a los intereses generales del país y que tiendan a facilitar recursos a nuestro heroico ejército de Cuba, procurando los mayores y más eficaces medios a la acción militar porque en esto como en aquello, la minoría liberal quería ser, no adversaria, sino auxiliar del Gobierno.

Pero para conseguir ambas cosas, era necesario que el Gobierno, la mayoría y las minorías procediéramos con el espíritu tranquilo, con el ánimo sereno y no impulsados por aquellos ardientes estímulos del encono que dejan tras de sí debates acalorados y peligrosos, y como lo ocurrido en algunos distritos electorales, con mofa y detrimento del régimen en que vivimos, no podía menos de dar lugar a debates acalorados; como quiera que las actas de Madrid, unidas íntimamente a espinosas cuestiones de su Ayuntamiento y a la famosa manifestación pública a que dieron lugar, las actas de Cuba unidas también íntimamente a la política antillana del Gobierno, a la disolución de las anteriores Cortes y al estado presente y pasado de la guerra, habían necesariamente de dar ocasión a debates que, aun traídos en tiempo y sazón, han de perturbar los ánimos, han de excitar las pasiones, han de dividir las voluntades y nos han de colocar a todos en mala situación para emprender debates tranquilos y reposados como deben ser los que al bien de la Nación se refieren, la minoría liberal deseaba que estas actas y todas aquellas en cuyo resultado haya podido influir la acción indebida de la autoridad, que por precepto terminante de la ley debe quedar separada en absoluto de toda función electoral, que aquellas elecciones en cuyo resultado haya influido el dolor, el engaño, la falsedad y la violencia, se dejaran como graves para después de constituido el Congreso y se aprobaran en los días que el Gobierno quisiera todas las demás.

¿Para qué quería esto la minoría liberal? ¿Era acaso porque conviniera a su interés político? ¿Era acaso en satisfacción de alguna aspiración de partido? ¡Ah, no! Quería esto la minoría liberal: primero, para acudir cuanto antes y pronto, como lo demandan las circunstancias, a los recursos necesarios para la guerra, a las necesidades de la guerra, y todavía a otras necesidades que, a pesar nuestro, pueden sobrevenir; segundo, para dar al Gobierno la autoridad y el prestigio que, ahora más que nunca, le son necesarios en sus relaciones con los demás Gobiernos; tercero, para ver si con espacio y con tiempo discutíamos serenamente las actas y procurábamos todos de buena fe atajar el mal que tan al descubierto se ha manifestado en la última contienda electoral.

Porque, Sres. Diputados electos, los escándalos ocurridos en las elecciones de Madrid; las circunstancias graves, gravísimas en que vienen envueltas las elecciones de Cuba; la compra y venta de votos en pública subasta en algunos distritos de Vizcaya; la suspensión y procesamiento de Ayuntamientos y Diputaciones provinciales en vísperas de las elecciones, allí donde quiera que la lucha se presentaba un poco empeñada; la intervención de las autoridades gubernativas, a quienes las leyes excluyen de toda función electoral; la presión directa de estas mismas autoridades sobre las autoridades judicia- [166] les, y lo que es peor, la debilidad de alguna de estas autoridades judiciales cediendo a aquella brutal presión; el descaro inaudito con que muchos gobernadores, como obedeciendo a una consigna, decían con un cinismo de que no hay ejemplo, a los candidatos de oposición: no os incomodéis; es de todo punto inútil la lucha porque si fueran vuestros votos, de los candidatos ministeriales serían en todo caso las actas; estos hechos tan graves, coronados por el retraimiento de partidos enteros de la Península y por la abstención de dos de los partidos antillanos (El Sr. Lladó: Pido la palabra), estos hechos gravísimos ponen tan de manifiesto el falseamiento del régimen en que vivimos y le conmueven de tal modo en sus bases más esenciales, que no pueden menos de alarmarnos a todos los que somos amantes del régimen representativo, y acusan tal incorrección y tanta deficiencia en la representación parlamentaria del país, que yo me temo que estas Cortes no tengan toda aquella autoridad y todo aquel prestigio que son necesarios para resolver los grandes problemas que como carga abrumadora pesan sobre la Nación.

Por eso, la actitud enérgica de la minoría liberal en la cuestión de las actas, más que a la defensa de nuestros amigos maltratados (y cuidado si esto nos obliga mucho), obedece a la defensa del régimen representativo, convencida como está de que si pasaran sin el debido correctivo los desmanes cometidos en las últimas elecciones, entonces el sistema representativo habría muerto y sería inútil volver a convocar al cuerpo electoral porque el cuerpo electoral no respondería al llamamiento y las urnas electorales quedarían a merced de los osados, de los audaces, de los piratas de la política. (Muy bien, muy bien, en los bancos de la izquierda.) Por eso la minoría liberal cree en estos momentos de suprema necesidad levantar muy alta la bandera de la moralidad electoral y hacer entender? (Grandes rumores en la mayoría. - El Sr. Aguilera, D. Alberto: Nosotros siempre hemos oído con respeto la palabra del Sr. Cánovas; vosotros no tenéis ni la virtud del silencio.- Nuevos rumores.) ¿Os ha sonado mal a los oídos la palabra moralidad? Lo siento por vosotros. (Rumores, aplausos en la minoría.)

? Y hacer entender, decía, para en adelante, con sus palabras, con sus hechos, y si es necesario con su actitud, que ciertos procedimientos no pueden prevalecer, que no se pueden hacer impunemente ciertas cosas; que ni el falseamiento, ni el amaño, ni la violencia pueden subsistir, al contrario, deben ser severamente castigados, para que al ver que tales artes no sólo son estériles, sino peligrosas, no se vuelvan a repetir.

Y no se diga que los abusos de que ahora yo me lamento se han cometido otras veces, y no han tenido el debido correctivo. Si eso es verdad, si todos hemos entrado en un mal camino, y ese camino se ve ahora que es camino de segura perdición, todos estamos igualmente interesados en abandonarle. (Muy bien.)

No se trata ya de lo que pueda convenir a éste o al otro partido, no se trata de lo que haya hecho este u otro partido, de lo que se trata y es urgente, es de salvar las instituciones bajo las cuales vivimos, amenazadas de mortal desprestigio. Por lo visto se quiere insistir en tan funesto camino, y si en él se persiste, la minoría liberal no os puede acompañar ni embargar su libertad de acción para antes ni para después de la constitución del Congreso, como pensaba hacerlo en bien de todos y de todo; y sin desatender jamás las exigencias del patriotismo, cumplirá con su deber, encerrada en su derecho.

Pero ¿por qué no hemos de entrar ya en el buen camino? ¿Por qué hemos de persistir en este camino funesto, que ciego ha de estar el que no vea nos conduce a la perdición? Es que sin duda la fatalidad a todos nos arrastra, todos venimos rodando a la ventura, sin saber hasta cuándo ni hasta dónde, desde el inmenso error cometido por el Sr. Presidente del Consejo de Ministros al aconsejar a S. M. la disolución de las últimas Cortes.

¿Qué más podía desear el Sr. Presidente del Consejo de Ministros que encontrarse con una mayoría parlamentaria, que le ofrecía sin distingos ni reservas, todo su apoyo para resolver los grandes problemas pendientes? ¿Qué más podía desear un Gobierno que el poder regir las dificultades de unas elecciones generales, cuando tantas y tantas dificultades le rodean, evitando así una lucha que exaspera las pasiones y divide las voluntades, cuando la concordia y la unión de todos los españoles apenas basta para salvarnos de los conflictos que por todas partes nos rodean?

Pero es más; el Sr. Presidente del Consejo de Ministros ha hablado más de una vez de la necesidad de un Gobierno nacional. Pues bien; el Sr. Presidente del Consejo ha arrojado por la ventana la única forma de Gobierno nacional que en las circunstancias presentes es posible, sin los inconvenientes de los Gobiernos de coalición, siempre débiles, y las más de las veces peligrosos. El Poder ejecutivo en manos del partido conservador; el Poder legislativo en manos del partido liberal; pero ayudado y acompañado por todos los partidos políticos de la Península y Ultramar; todas las fuerzas vivas del país, lo mismo de la Península que las de Ultramar, cooperando a la resolución de los grandes problemas pendientes y compartiendo casi por igual glorias y responsabilidades.

Pues esta forma de Gobierno nacional, única posible en tales circunstancias, que la fortuna había deparado al Sr. Presidente del Consejo de Ministros; esta conjunción de los elementos todos de los partidos que el patriotismo había realizado, todo, todo lo deshace el Sr. Presidente del Consejo de Ministros para sustituirlo. ¿Con qué? con un Ministerio y unas Cortes que ni siquiera entran en la categoría de Ministerio y Cortes de partido. (Muy bien, muy bien.)

¡Ah, qué diferencia! Comparad, Sres. Diputados electos, la autoridad y la fuerza que en el interior, en Cuba, ante los Estados Unidos, ante el mundo entero, tendría ese Gobierno, débil y todo como es, ayudado por un Parlamento adversario, pero en el cual tenían cumplida representación todos los partidos políticos, así peninsulares como insulares, con la fuerza que le queda, auxiliado sólo por una mayoría de amigos agradecidos.

Y todavía se comprende, Sres. Diputados, que el Sr. Cánovas del Castillo, no dando bastante importancia a las guerras de Cuba, no temiera meterse en otras complicaciones y en otras aventuras; pero surgido el grave conflicto con los Estados Unidos, ¿cómo estuvo tan cielo el Sr. Cánovas del Castillo, que no [167] vio la ocasión más hermosa que se podía presentar a hombre político alguno, para encarnarse en la mayoría de aquellas Cortes y en la opinión unánime del país? Si el Sr. Presidente del Consejo de Ministros, satisfecho con la confirmación de la confianza de la Corona al obtener la firma en el decreto de disolución de aquellas Cortes y, conociendo como conocía la actitud del pueblo norteamericano antes de firmarse el malhadado decreto, se presenta a S. M. la Reina y le dice: "Señora, yo quería traer a la firma de V. M. el decreto de disolución de las actuales Cortes, porque entiendo que los Gobiernos no gobiernan bien con mayorías parlamentarias adversas, pero desde el momento en que ha sobrevenido el conflicto internacional de que V. M. tiene conocimiento, no distingo entre amigos y adversarios, no veo más que españoles y todas las mayorías son buenas para ayudar al Gobierno a defender los altos intereses de la Patria y el decoro de la Nación (Aplausos en la minoría liberal); en lugar, pues, de proponer a V. M. la firma del decreto de disolución de estas Cortes, vengo a proponeros la firma del decreto de su convocatoria para dentro de ocho días", ¿qué camino nos quedaba a todos, liberales y conservadores, monárquicos y republicanos, más que el camino del aplauso a S. S:; y el que nos condujera a ponernos a su lado como un solo hombre, para contestar en el Parlamento español a las inauditas injurias que en otros Parlamentos se nos dirigía, para deshacer los crasos errores en que al tratar de España y de los españoles se incurría, para defender al general en jefe de nuestras tropas en Cuba, tan injusta y tan brutalmente atacado, para dar al Gobierno todos los medios que pudiera necesitar, no sólo para proseguir la guerra en Cuba, sino también para hacer frente al conflicto internacional que nacía?

Si el Sr. Presidente del Consejo de Ministros, cuyas dotes de hombre de gobierno soy el primero en reconocer, hubiera procedido como un hombre de Estado y no como un jefe de grupo inquieto y batallador, a estas horas, no sólo estaría contestado oportunamente el Parlamento americano como exigía nuestra dignidad, no sólo estaría investido el Gobierno con todas las facultades y armado de todos los medios indispensables para gobernar en circunstancias tan difíciles, sino que es posible que estuviera resuelto el gran problema antillano con la cooperación de todas las fuerzas vivas del país, así de aquí como de Ultramar, y por nuestra exclusiva iniciativa, mientras que ahora hay el temor de que se crea que cedemos a iniciativas extrañas.

¡Qué diferencia entre la situación que tendríamos y la que tenemos!

¿Y sabéis por qué tenemos esta situación? ¿Y sabéis por qué hemos desbaratado todo lo que teníamos por delante como medio de defendernos en los conflictos que nos acosan? Pues por la disolución impremeditada de las Cortes. ¿Y sabéis por qué se ha tomado esta resolución? Por las elecciones de Cuba.

Cuando las elecciones de Cuba han sido el fundamento de un error tan trascendental que ha hecho variar, para desdicha del país, la faz de la política española; cuando de la posibilidad o imposibilidad de las elecciones en Cuba se ha hecho depender la existencia del Gobierno que a la sazón regía los destinos públicos, cuando para evitar una crisis el gobernador general de aquella Antilla se ha visto obligado a informar favorablemente acerca de la posibilidad de hacer las elecciones en aquella isla, cuando la posibilidad de hacer esas elecciones, afirmada por el general en jefe de nuestro ejército, ha podido influir en el ánimo de S. M. la Reina para firmar el malhadado decreto de disolución, y cuando este malhadado decreto ha traído consecuencias como las que estamos tocando y las que tocaremos, trayéndonos a situaciones verdaderamente imposibles, cuando estas elecciones, en fin, han producido tantas y tan hondas complicaciones, han sido causa del retraimiento de partidos enteros de la Península y de la abstención de dos de los partidos antillanos, han sido, además la manzana de la discordia entre las fuerzas vivas de aquel país cuando más necesaria era la unión y concordia de todos los españoles y han sido hechas además con distinto censo, con Ayuntamientos interinos, cambiados además durante el periodo electoral, al fragor de los combates, a las llamaradas de pueblos incendiados y entre las ruinas y las cenizas de los colegios electorales destruidos por aquellas hordas salvajes, que, en vez de hacer frente a nuestros valientes soldados, a pesar de su dinamita y de sus balas explosivas, se dedican a la devastación y al incendio, más que como enemigos de España, como destructores de toda civilización, no sólo indignos, por lo tanto, de la consideración de nadie, sino merecedores de la reprobación y del anatema de todo pueblo civilizado.(Muy bien); cuando, repito, estas elecciones envuelven en sus entrañas un problema político tan importante y producen consecuencias tan pavorosas, se nos presentan al debate como un incidente que sólo ofrece ligeros motivos de discusión.

El patriotismo sella mis labios y me impide examinar actos y, sobre todo, discutir personas cuya autoridad no debe en modo alguno quebrantarse, porque los enemigos de España espían no sólo nuestros actos, sino nuestras palabras, y no quiero que las mías puedan ser por nadie explotadas en daño de nuestro país; pero tampoco podemos permitir, sin enérgica protesta, que se trate de abusar de nuestro patriotismo poniendo a discusión cosas que no podemos discutir porque nos lo veda nuestro deber de españoles aunque nos hayáis dado vosotros ejemplos de lo contrario en otras ocasiones.

Si creéis que semejantes elecciones no ofrecen más que ligeros motivos de discusión, ¡qué sarcasmo!, sea en buen hora; no la discutamos: ¿a qué discutir por motivos ligeros, cuando tantos y tan graves solicitan por todas partes nuestra atención? La minoría liberal no discutirá, pues, las elecciones de Cuba; tampoco las votará ni presenciará su discusión, porque quiere dejar íntegra al Gobierno, a la mayoría de la Comisión y a la mayoría de las Cortes, toda la responsabilidad de las elecciones de Cuba, fundamento de la desastrosa disolución de las anteriores Cortes. He dicho. (Bien, bien. Aplausos en la minoría liberal.)



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